
claricelecter@hotmail.com
Tengo una mala costumbre. Tiendo a lastimarme. Quizá no sea de la forma convencional o como lo representan en las películas, no me corto, ni me pongo en situaciones de riesgo para mi vida, no fumo ni tomo en exceso ni me la paso caminando por las calles de noche en busca de que me asalten.
Lo que hago es lastimar mi cuerpo con la comida. Lo sé, puede ser un gran placer el comer, sin embargo, a veces es un arma de doble filo. Comer de más puede ser utilizado para compensar ciertos vacíos emocionales, para llenar el hueco, por así decirlo. Curiosamente cuando lo haces y empiezas a engordar, normalmente tu autoestima se va derechito al diablo.
Puede ser algo tan sencillo como ponerle un poco más de sal a mi comida, una porción de mayonesa a una sopa. Un poco de mantequilla extra a otra sopa, cualquier cosa que yo sepa que le causa estragos a mi cuerpo y sin embargo lo sigo consumiendo puede formar parte de esa tendencia a lastimarme. Sé que mi cuerpo no tolera tanta grasa, y sin embargo la consumo. Más tocino del recomendado, un sándwich más del que debo. Lo que sea. El caso es comer. Me veo de repente buscando los excesos de la comida que ni siquiera mi cuerpo aguanta.
Las conductas autodestructivas son engañosas. Estamos acostumbrados a hablar de las drogas, del alcohol, del tabaco e incluso de la promiscuidad. Si nos vamos a Hollywood, nos cortamos encerrados en el baño mientras nuestros seres queridos ni se dan cuenta de nuestras batallas internas, sobre todo en la adolescencia, pero casi no se habla del hecho de que dichas conductas son muy personales y que no siempre son tan estereotípicas. Para algunos son beber en exceso y manejar mientras para otros, como yo, son comer.
En mi caso, antes tenía dos problemas: comía de más y muy mal. Ya controlé las cantidades, ahora lo que me cuesta trabajo controlar son la calidad de lo que como. No me tomen a mal, el 90% del tiempo como lo apropiado, sin embargo, de repente me doy unos excesos que considero peligrosos, estando completamente consciente de lo que puedo causarle a mi cuerpo. Es por eso que el resto del peso que quiero bajar aún se queda en mi cuerpo.
Pero, ¿por qué lo hacemos, por qué sentimos la necesidad de la gratificación momentánea a pesar de que sabemos que a la larga nos va a causar daño? ¿Por qué la terquedad? ¿Acaso en realidad nos creemos esa estúpida frase “de algo me tengo que morir”? Comprendo que la búsqueda de la satisfacción momentánea es muy placentera, pero honestamente me preocupa pensar en lo que realmente sacrificamos con éstas conductas.
Como persona obesa, comprendo que busco la gratificación a corto plazo con la comida. Es muy rica y se siente maravilloso estar comiendo, el problema es que después de terminar, uno se siente culpable y después descubres los resultados acumulados en tu cuerpo, lo que no es grato ver. Después de cierto peso te sientes feo, aguado y repugnante. Es entonces cuando viene el auto castigo. Ahora a sufrir hambres como consecuencia de haber comido tanto. El hambre produce dolor y el dolor es un justo castigo por andar disfrutando. Entonces vas por la vida con tu cara de angustia anunciándoles a todos que estás a dieta para que vean tu gran fuerza de voluntad. Si tan solo supiéramos que hambrearte te engorda más.
Al final del día el amor propio se refleja en las conductas que uno toma. Definitivamente los demonios que habitan en mi cabeza disfrutan con recordarme lo poco que valgo y lo feo que estoy, por lo tanto debo comer, comer para compensar y para darle un poco de placer a mi vida. Lo que a veces olvido es que hay muchas cosas que disfruto y que hacen que mi existencia valga la pena. Mis escritos son parte de esos placeres. Los correos que recibo de ustedes también me dan un gran placer. Que alguien lea mis delirios y se identifique con ellos me hace sentirme más humano. Saber que algunas personas comprenden lo que he vivido y lo que he sobrevivido se me hace tan poderoso que es casi eufórico. Mis amigos, la parte de mi familia que amo, la parte que mantengo alejada, el cine, los libros, el café, entre otros son grandes momentos de felicidad que hacen que todo valga la pena. Con éstas cosas me siento vivo y feliz y puedo evitar esos momentos de ociosidad en los que decido causarme daño, sobre todo con la comida.
Afortunadamente, me he rodeado de gente que cuando me ve tomar esos caminos no duda en decirme en mi cara que ando arriesgándome y que no les gusta. Me recuerdan cuánto me quieren y me dicen que no debo cuidarme para estar mucho tiempo con ellos. Eso me regresa al camino de la salud y de autovalirarme.
¿Qué sería sin éstas personas? Quizá un recuerdo.
Y ustedes, hermanos, hermanas, ¿tienen alguna costumbre de lastimarse? Compartan… si se atreven.
Saludos afectuosos.
Mostro.