Nuestra mente no comprende la palabra “no”.

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#MostroVacci

Tenemos una mala costumbre: cuando sabemos que no debemos hacer algo, parece llamarnos más la atención. Dicen que lo prohibido es más rico, quizá por eso muchos están dispuestos a echar una vida por la borda por una noche de pasión prohibida. Ya que sale a la luz lo que hicieron, están llorando, arrepentidos no por haberse portado mal, sino por haber sido descubiertos con las manos en la masa, pero mientras estamos haciendo lo indebido, nos importa muy poco las posibles consecuencias.

Como los videos que he visto de los turistas que visitan las pirámides de Chichén Itzá y deciden escalar a los templos. Saben perfectamente que no está permitido, sobre todo porque hay señalamientos que muestran que no deben pasar, sin embargo, no falta el idiota que se brinca las barreras y sube hasta los altos de los templos sagrados, que por algo están cerrados y se meten a explorar. Les produce un gran placer romper las reglas y saber que pueden hacer lo que quieren, sobre todo si se trata de turistas que sienten que las reglas no aplican para ellos y que con su moneda extranjera pueden comprar cualquier indulgencia y consideración (cosa que lamentablemente es cierta en mi país).

Me ha tocado ver la gente que entra en los museos y en lugares con ciertas restricciones y tocar las pinturas sin importarles que sus dedos dañan las obras. Y no consideran que están causando un daño porque en sus mentes piensan que solo son ellos, pero así hay miles que hacen lo mismo y el deterioro es acumulativo, entonces si cada personaje deja sus dedos, a la larga, son miles de dedos los que tocan lo que no debe ser tocado y eso es lo que lo va destruyendo, cosa que no parece importarles, total, ya hicieron lo que les dio la gana, así que ya no importa. También me tocó ver una vez unas pinturas rupestres y nos indicaron que no tomáramos fotos porque les perjudica y claro, no falta el cretino que metió su cámara a escondidas y les tomó fotos. Clásico. Y lo peor de todo es que se ríen mientras lo hacen, al parecer es gracioso romper las reglas.

Lo mismo sucede cuando un edificio está abandonado. Entran las personas a explorarlo a pesar de que puede ser peligroso porque aparentemente está de moda, luego terminan lastimados, ya sea por que hubo un derrumbe o porque alguien los atacó adentro, pero la culpa es de quien dejó el edificio solo listo para ser invadido, porque aparte de todo el mal que hacen, ni siquiera toman responsabilidad de sus actos y mucho menos de sus consecuencias, ¿acaso no hay miles de películas de terror que empiezan por un grupito de personas entrando a donde no deben y se encuentran con algo muy feo?

Igual hay lugares que piden silencio, ya sea por respeto a quien está hablando, por lo que el lugar representa o por muchas diferentes razones, pero siempre se topa uno con la clásica que no se puede quedar callada. Tiene qué platicar en todo momento o se arriesga a explotar con tantas palabras. Según esa persona, está susurrando sutilmente, pero de que tiene qué perturbar tiene qué hacerlo. Simplemente es algo que la gente tiene qué respetar y punto. No es capaz de respetar lo que otros necesitan, pero mientras aplique a sus gustos y necesidades, es más que suficiente.

Como una vez que estaba en el cine, un tipo decidió prender un cigarro a media película. Las protestas no se hicieron esperar y la indignación del fumador tampoco. Se puso a pelear con toda la sala porque solo era un cigarro y estábamos siendo unos ridículos. Sobra decir que mientras peleaba no apagaba el cigarro porque entre gritos se la pasaba chupándolo como si le diera energía para seguir discutiendo. Fue hasta que fueron los empleados del cine a pedirle que lo apagara o se fuera que lo apagó (ya que se lo había acabado) y tiró la colilla al piso para mostrar así su desacato hacia los pobres trabajadores que se atrevieron a desafiar su autoridad. Luego se quedó tan molesto que se levantó y se salió como niño berrinchudo marcando cada paso en su salida. Wow, nos mostró una gran lección.

Y lo peor de todo es que justificamos nuestras acciones con las excusas más patéticas. Explicamos que robamos porque somos pobres como si una cosa tuviera que ver con la otra. Que tenemos qué pelear porque así es nuestra personalidad, como si ser problemático fuera parte de nuestra naturaleza. Seamos honestos y admitamos que ser rebeldes nos causa placer, que nos gusta molestar a los demás y que romper las reglas es algo que nos gusta hacer porque nos da un gusto enorme. No nos escondamos con paradigmas arcaicos que nos hacen ver como unas blancas e inocentes palomitas, porque no funciona. Un patán es un patán aquí y en China. Y una persona que molesta, destruye, roba y causa daños solo por el gusto de hacerlo no es buena persona.

Claro, hay cosas que debemos cambiar y reglas que no tienen sentido como la segregación de razas, da discriminación, el clasismo y la homofobia, pero esas son reglas que se hicieron para hacer menos a otras personas, no se trata de respeto ni de preservación de la historia, sino de deshumanización de un sector de la población. Esas reglas son las que deben romperse y cambiarse por cosas constructivas. Porque si aplicáramos la misma pasión cuando se roban o matan a una de nuestras hermanas o cuando en realidad hay una injusticia, podríamos cambiar al mundo, sin embargo usamos nuestras energías para ver de qué manera podemos hacer lo que queremos y buscamos sacarle ventaja a los demás, porque el que no tranza no avanza.

¿Por qué? Quizá sea uno de los tantos paradigmas que tenemos que deshacer para avanzar. Otro estereotipo de los mexicanos que es indispensable destruir para poder progresar. No todos somos así, pero estoy seguro de que todos tenemos ideas negativas que nos apartan de nuestro verdadero potencial.

Trabajemos constantemente por ser los seres humanos que nos quisiéramos topar.

Y ustedes hermanos, hermanas, ¿qué opinan? Compartan… si se atreven…

Saludos afectuosos

Mostro.

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