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El ser adulto es una experiencia interesante. Definitivamente no era lo que prometía ser cuando uno era niño, pero tiene lo suyo. Se encuentra uno con beneficios inesperados, pero de repente los precios del evento pueden ser más altos de lo esperado…
Por ejemplo, cuando yo era pequeño, creía que iba a tener la misma energía, ¡Oh error! Cada vez me doy más cuenta de las limitaciones que mi cuerpo tiene. Como el otro día que iba con mi chico por un swap meet, vimos a un par de niños corriendo desenfrenadamente por los pasillos y entre los dos recordamos lo que era tener ese nivel de carga en las baterías. Y conste que estamos en los treintas, no me quiero imaginar cuando lleguemos a los cincuentas. Lo único que pudo decir mi novio es que solo se tiene ese aguante una vez en la vida. Triste pero cierto.
Recuerdo que cuando estaba en la primaria y llegaba un adulto a platicar con la profesora, me moría por crecer para poder entender las “conversaciones de adultos” que tanto mencionaban. Estaba convencido de que eran los temas más interesantes del mundo y que cuando los comprendiera, iba a ser una persona culta, preparada e interesante. Vaya, de haber sabido que las conversaciones que tenemos los grandes a veces son igual de estúpidas y vacías que las de los niños, no hubiera querido con tantas fuerzas saber de qué fregados hablaban. De perdida la plática de un niño tiene imaginación y creatividad. Ahora de viejo solo hablamos de deudas, problemas y dolores.
Me imaginaba siendo libre, teniendo tiempo para hacer lo que quería porque no me la iba pasar parte de mi día encerrado en una tonta escuela donde todos tenían autoridad sobre mí. No iba a tener profesores gruñones que me regañaran ni que me mandaran a traerles esto o aquello. Literalmente me imaginaba dando vueltas con los brazos extendidos viendo al cielo, sin tareas, sin responsabilidades, sin gente tonta que me rodeara ni me dijera cosas ni que me quisiera “agarrar” a la salida por razones tontas e infantiles. Sería libre, libre, lib…
Honestamente, desde que me convertí en adulto, no me girado con los brazos extendidos ni una sola vez. Resulta que no tengo tiempo porque me la paso trabajando diez horas al día en vez de cuatro horas en la escuela. Hay mucha gente que tiene autoridad sobre mí y que me manda a hacer esto y aquello y seguido me encuentro con gente tonta alrededor de mí que no hace más que hablar mal de los otros, chismear o platicar sobre la nueva narconovela, ¡oh perdón! “serie” que están pasando. Y también me topo con otros adultos que les encanta pelear y a veces solo se quieren agarrar a golpes en la calle por razones tontas e infantiles. Al parecer muchas cosas no cambian tanto.
Antes me llegaba un poco de dinero y soñaba con ir a la tiena de doña Aurora a comprar dulces como las banderas de coco o los rollitos de tamarindo, el Pelón pelo rico o el chamoy que tanto nos encantaba. La llegada de dinero era el perpetuo dilema de “¿qué me voy a comprar?”, lo que descubrí ahora de viejo es que la pregunta se convierte en “¿qué voy a pagar?” La aparición de un extra en las ganancias o el hallazgo de encontrar un billete en un pantalón que voy a lavar hacer que una deuda sea abonada más rápido y que puedas agregar un aguacate extra al menú de la tarde.
En esos ayeres me aventaba de un árbol de olivo, caría de rodillas en el mero cemento y me iba corriendo a vivir la siguiente aventura. El otro día bajé la banqueta con más fuerza de la esperada y estuve cojeando una semana porque mi rodilla no aguantó el impacto. Solía correr hasta que el costado me punzaba de dolor, y solo era cuestión de esperarme unos minutos para reanudar la carrera, ahora solo camino más rápido de lo normal y amanezco adolorido de los músculos. El cuerpo es un constante recordatorio de que tus días de juventud se han quedado atrás, sobre todo cuando has permitido que tu vida sedentaria le cause estragos a tu cuerpo y las lonjas no te permitan correr sin hacer un sonido parecido a los aplausos que simulan celebrar el hecho de que aún puedes moverte. Ahora me desvelo y me arden los ojos, me duele la cabeza y solo quiero dormir uno o dos días completos para recupérame. El cuerpo se va convirtiendo en un teclado lleno de focos de dolores que se encienden como en los carros.
Llega ese momento donde todo lo que disfrutas ya son niñadas y empiezas a escuchar el clásico “ya estas muy grandecito para eso, ¿no crees?” Todo debe verse digno de tu edad y es hora de empezar a considerar lo que va a pensar la gente de ti, mi parte favorita de la vida. Hoy en día como hombre mayor de treinta, como psicólogo y como profesor debo comportarme como si el sentido del humor lo dejé en la puerta, como si mi niño interior falleció y entregué su cuerpo a cambio de mi título y el recibo de la luz con mi nombre.
Ahora toda la vida se enfoca en sobrevivir, pagar las cuentas, comprar cosas y si se puede, tener un mejor estatus social. Ahora me desvelo pensando en cosas económicas y exámenes médicos. Hay qué cuidar la alimentación, la presión, y todos los detallitos que van saliendo si uno quiere conocer la siguiente década. Tenemos responsabilidades y problemas de adultos. Antes cargaba una mochila con un libro y unos dulces, ahora cargo paracetamol por si se ocupa. Es toda una aventura.
Digo, me encanta ser adulto, creo que es la etapa más feliz de mi vida y creo que la estoy viviendo al máximo. Conozco la felicidad, el amor y la estabilidad económica. Tengo todo lo que quiero según mis estándares personales de la felicidad y eso me alegra. Al parecer mis vueltas mirando hacia el cielo son mentales, pero aun así las disfruto bastante. Nunca dije que ser grande era malo, solo que no era lo que pensaba, por lo tanto, es algo interesante, una nueva experiencia por vivir y un aprendizaje por obtener.
Solo que ahora que lo estoy viviendo, les puedo decir abiertamente que si hubiera sabido de pequeño que iba a ser lo que descubro hoy, me hubiera sentido aterrado, sobre todo porque no es algo que se puede evitar o aplazar. Claro, puedes ser inmaduro toda tu vida y hacerte pasar por alguien joven, evitando las responsabilidades de la vida, pero llega el momento en que debes crecer porque ya se ve ridículo. Una cosa es tener un espíritu joven y otra es actual como un chamaco.
Estoy seguro que en veinte años estaré escribiendo otro delirio sobre lo que es ser adulto mayor y las expectativas cumplida y no cumplidas, sus recompensas y decepciones, porque al parecer éste juego de la vida es un movimiento constante que nos ayuda a nunca sentidnos aburridos.
Reto aceptado, vida, déjate venir…
Y ustedes hermanos, hermanas, ¿qué opinan? Compartan… si se atreven…
Saludos afectuosos.
Mostro.
Pues si mi estimado , así es la vida muy buena la descripción de lo que sería lo ideal a lo que es lo real , me sacaste por un momento de mi tristeza y varias carcajadas sin querer.
Me da gusto saber que te ayudé a salir de tu tristeza un rato, Blanca. Gracias por siempre perderte en mis delirios.
Un abrazote.
Mostro.