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En ésta vida tenemos dos familias: la que tenemos cuando nacemos y la que nos hacemos. Los lazos de sangre pueden ser muy poderosos, pueden guiar tu vida, tu percepción del mundo, e incluso tus decisiones. Sin embargo, los lazos que tú haces con personas que de otra manera no están ligadas a ti pueden tener mucho más valor en tu vida.
Dice Erich Fromm en “El arte de amar” que el amor de la madre es incondicional, que hagas lo que hagas la madre tiene una conexión especial e incondicional con sus hijos, solo por el hecho de que son son sus hijos. El padre, en cambio, tiene un amor condicional, el cual vamos ganando conforme a los logros que vamos ganando en el transcurso de nuestra existencia, ya sean académicos, laborales o personales. Normalmente, sabemos que contamos con el amor y el apoyo de nuestros padres. Contamos con ello para sentirnos seguros y protegidos en éste mundo, aunque podemos demostrarlo de formas no tan agradables.
El vínculo con los hermanos es otra cuestión. Algunos nos amamos, algunos nos cuesta más trabajo. Depende mucho de la relación que se tenga con estas personas que comparten nuestros cromosomas. En algunos casos los hermanos son las personas más cercanas a nuestro corazón, son nuestros mejores amigos y les contamos todo; en otros, son el más peligroso de nuestros enemigos, ya que al conocer nuestras vulnerabilidades, pueden explotarlas a su gusto y lastimarnos de una manera mucho más profunda que el resto del mundo.
Y es aquí cuando empezamos a buscan nuestra segunda familia: aquellas personas que a pesar de no tener el título oficial de familia tiene todas las características; es tu apoyo cuando te estas debilitando, es tu terapeuta cuando necesitas platicar, es quien te regaña y te recuerda lo eternamente tonto que puedes ser, es quien quiere golpear a quien te lastima, etc.
Aquellos que hemos tenido la suerte de encontrarnos con esas personas maravillosas nos consideramos afortunados. Son nuestros hermanos de otra madre, como dicen en Estados Unidos. Son seres humanos con los que nos conectamos a un nivel tan profundo que a veces las palabras sobran, las miradas son suficientes para saber lo que la otra persona piensa, sea bueno o malo. Podemos tener enemigos en común o simplemente odiamos a la persona que se mete con nuestros hermanos, igual que en una familia de verdad.
Estos individuos son los que hacen que la vida valga la pena, los que logran secar tus lágrimas cuando la desesperación llega a agobiarte, los que cuando las personas que deben protegerte de dejan a la intemperie llegan con una chamarra para cubrirte del frío, los que cuando tienes hambre, te llevan a comer aunque sea a la taquería más barata porque tampoco tienen dinero. Nos buscan cuando nos sentimos abandonados y tienden a marcar en el momento más crítico de la soledad. Te tienen paciencia cuando estas siendo la persona más testaruda y se ríen de ti cuando al fin entras en razón y te recuerdan lo idiota que has sido.
El poder de estos personajes es increíblemente grande. Logran desnudar tu alma y te hacen sentirte seguros de ser vulnerable. No siempre están de acuerdo contigo y no tienen reserva alguna para decírtelo cuando algo no les parece. Son quienes más te pueden lastimar en todo el mundo, sin embargo, no lo hacen, al contrario, ellos te dan el poder sobre su vida y confían en que no vas a hacer mal uso de esa información.
En mi vida, he tenido la fortuna de ver a los ojos de esas personas en varias ocasiones y nunca deja de impresionarme. Unos siguen a mi lado, mientras otros, como Ángel, ya se han ido. Pero la marca profunda que han dejado en mi corazón es indeleble. Mis amigos han plantado las semillas de la esperanza en mi corazón y han florecido nutridas y sanas en un gran bosque lleno de vida y posibilidades. Por eso son mi segunda familia, porque ellos no fueron los que me tocaron, son las personas que yo escogí para enriquecer mi existencia.
Recuerdo esos momentos pesados y oscuros donde mi mente me dejó entrar en una desesperación que hoy me parece casi increíble. Al parecer el drama era lo que usaba para colorear mi percepción del mundo y en ese entonces todo parecía perdido y falto de posibilidades. Nada tenía sentido. Pero esa voz de Sara tan hermosa y directa que me dijo más de una vez que no necesitaba tener miedo, que yo era amado y que en realidad necesitaba ver mi propio valor es algo que no olvidaré. Y menos porque aún tengo la fortuna de escuchar su voz diciéndome mugroso.
Eso es un amigo para mí, esa persona que te dice las cosas en la cara, que te enfrenta sin miedo con tus propios errores y que te deja caer el balde de agua fría cuando es necesario. No siempre son palabras dulces porque a veces necesitas una dosis de realidad. Por eso mi familia escogida siempre son personas directas, sin falsedad y valientes que me dicen directamente cuánto me aman y qué tan estúpido estoy siendo en ese momento.
Por eso me considero tan afortunado, porque siempre pedí amigos así en mi vida. Esos que me abrazan sin miedo a que se malinterprete y que les vale si el mundo los juzga de melosos o ridículos. Esa es la familia que me da fuerzas cuando siento que mis baterías se bajan. Es a quien recurro cuando me siento perdido.
Y ustedes hermanos, hermanas, ¿qué opinan? Compartan… si se atreven…
Saludos afectuosos.
Mostro.