
claricelecter@hotmail.com
No hay nada peor en el mundo que la indiferencia. Es la que hace que las personas nos demos la vuelta ante una situación donde otro ser humano necesita ayuda. Es la apatía que nos han programado hacia las necesidades ajenas, muchas veces por el mismo miedo a ser usados, y con justa razón: hay personas oportunistas que sólo buscan sacarle provecho a las pocas almas que les gusta ayudar, las usan y las desechan sin pensarlo, y muchas veces terminan rompiendo su espíritu noble, cerrando las puertas de su corazón.
En esa nota, hay algo que sucede cada cierto tiempo que hace que me cuestione si en verdad vale la pena tanto rollo: suena mi teléfono y al contestar me topo con una voz conocida que no he escuchado en mucho tiempo, me preguntan cómo estoy y antes de terminar me interrumpen para decirme que tienen un problema y que necesitan mi ayuda, ¿en realidad hay una peor sensación para mí? No creo.
No es el hecho de que no me contacten seguido y que de repente se acuerden de mí y me contacten de forma espontánea para ver si sigo vivo. Lo que me molesta es que me marques, finjas interés por cinco segundos y luego ataques con tu problema. De perdida le tengo más respeto a las personas que me piden ayuda directamente si hacer como que les importa saber cómo estoy. Está bien, no te importa, se vale, pero no me hagas creer que mi bienestar es relevante para poder sacarme algo a cambio. Se me hace egoísta y cruel, una forma segura de perderme.
Mis amigos, las personas que me aman y me respetan no siempre están desbaratando mi celular con sus llamadas, ya que tienen una vida completa que llevar, pero de repente me llega un mensaje con un hola, un te quiero o una broma tonta que hace que mi día se alegre un poco. Puede decir con toda la seguridad de mi alma que esas personas me quieren todo el tiempo y no cuando necesitan algo. A veces ni en mi cumpleaños me contactan, pero no importa porque sé que estoy en su corazón todo el año.
Sin embargo están los otros, esos que sus mensajes y sus llamadas detesto. En cuanto veo su nombre o su foto sé que necesitan algo. Llega un momento que cuando les contesto ni siquiera digo hola, solo les pregunto “¿Qué necesitas?”, a lo que casi indudablemente responden que cómo creo o el clásico “qué grosero” o “qué frío eres”. Soy frío porque dejé de creer en ti y tus verdaderas intenciones, idiota, no porque ando de malas. De hecho llega el momento en que no contesto las llamadas o mensajes de esas personas. Me duele el corazón ver que me buscan porque en ese momento soy útil, porque cuando no hay nada que les beneficie, vuelvo a la bodega a esperar mi turno de nuevo.
Tengo amigos que busco, les mando mensaje, me preocupo por ellos y quiero saber cómo están, pero la llamada no se contesta, el Whatsapp me marca como visto, el mensaje nunca llega y al parecer queda en el limbo mi existencia. Cuando al fin los veo en persona, les comento que los estuve contactando y me dicen “oh sí lo vi pero no tuve tiempo de contestarte”. Ok. Se vale. Lo curioso es que cuando ellos me contactan al parecer es mi obligación, deber y honor contestarles al momento, porque si no, que el Señor me ampare, arde Troya y todas esas expresiones de cataclismos. Se enojan, me reclaman y me dicen cuando me ven en persona que les fallé, que en verdad me necesitaban y que no estuve ahí para ayudarlos.
Puedo ser un cajero automático muy bueno, un terapeuta maravilloso (siempre y cuando sea gratis, claro), un consejero de otro mundo, una buena pared para platicar, un editor de tareas ajenas, un traductor maravilloso, una agenda. ¡Madre mía, si cobrara por todo ya fuera millonario!
El problema es cuando tengo que decir que no, entonces me convierto en un patán, un mal amigo, un tipo sangrón y pesado que se creé la gran cosa y al que se le subieron los humos. Me borran del Facebook, me bloquean en Whatsapp y dejo de existir… hasta la próxima vez que me necesitan, es cuando misteriosamente me llega un mensaje de esas personas con un simple “hola”. Es la palabra mágica. Y yo que de repente soy medio arrastrado, voy de nuevo a contestarles en ese momento. Porque al parecer no importa que me ignores durante meses, al momento que me haces caso, voy de nuevo a montarme al carrusel de la eterna estupidez.
Creo que lo peor de todo es ese vestigio de mí que necesita mendigar amor, es parte que aún me hace menos e inseguro y que me dice que cualquier muestra de amor es válida. Es una babosada evidentemente porque tengo mucho amor en mi vida. Tengo gente en mi mundo que en verdad se preocupa por mi bienestar y mi felicidad. Entonces, ¿por qué tengo esa necesidad de contestar el mensaje al momento que me llega?
Definitivamente siempre hay alguien en tu vida que te hace sentir estúpido. En mi caso, soy yo mismo. Ese ser inseguro que habita dentro de mí que me dice constantemente que nunca seré nada. Lo combato a diario y generalmente le gano, sólo que hay momentos en que es más astuto que yo y eso duele.
Y ustedes, hermanos y hermanas, ¿qué piensan? Compartan… si se atreven.
Saludos afectuosos.
Mostro.