
claricelecter@hotmail.com
En mi área de trabajo me toca ver a muchos tipos de personas. Es la maravilla de ser educador, que hay una gran variedad de seres humanos que pasan frente a mis ojos, y como alguien que estudia el comportamiento humano me siento fascinado por el mar de humanidad que tengo la oportunidad de ver.
Algo que se me hace interesante es la relación que tienen mis alumnos con sus padres. Claro que por ser adolescente, están pasando por momentos difíciles, cambios constantes en su cuerpo y su mente, por lo tanto, no se encuentran en la mejor disposición para escuchar consejos, no se diga los padres, que al no comprender a sus hijos, no siempre pueden hacer que el canal de comunicación se abra de manera más fluida.
Conforme pasan los años, los hijos tendemos a hacer vida propia y poco a poco nos vamos olvidando de nuestros padres. Después de todo, ellos ya vivieron su vida y es nuestro turno. Les hacemos el favor de llamarles de vez en cuando y les concedemos el honor de nuestra presencia uno que otro día al año, de preferencia en su cumpleaños y pasamos a comer en navidad, ¡Qué lindos somos!
Llega un el día en que nuestros padres fallecen. Es cuando en realidad apreciamos lo que nuestra madre valía, lo que significaba nuestro padre en nuestra vida, y estamos llorando histéricos sobre su cuerpo frío diciendo todo lo que daríamos y haríamos por un momento más con ellos. Curiosamente, mientras vivían, no eran más que gente de segunda clase para nuestra existencia. No cabe duda que cuando uno se muere adquiere un valor increíble. Hasta mis hermanas dirán que era un santo cuando me muera.
Lo interesante es que ya me adelanté y les conté toda la novela. En mi caso, tengo la fortuna de tener a mis dos padres. Tengo una buena relación con ambos, afortunadamente son gente agradable, creativa e inteligente. Ambos tienen buen corazón y es lo que más adoro de ellos.
Me han hecho la pregunta de si estoy preparado para la muerte de mis padres, personalmente se me hace la cuestión más tonta del mundo, claro que no estoy preparado. Sin embargo, tengo la seguridad de que cuando pase (en unos 200 años, espero), tendré la certeza de que en vida supieron cuánto valen en mi vida y lo mucho que los quiero. Adoro pasar tiempo con ellos y escuchar sus historias porque aunque se repitan, aun así, son lo más interesante del mundo.
Mi madre y sus consejos, sus regaños, sus palabras directas y sus cariños. Es una persona divertida. Tiene el carácter fuerte y mucha gente la considera dura e inaccessible. Los que tenemos la fortuna de tener su cariño sabemos que por dentro es puro amor. Te dice las cosas como son y no le da miedo herir tus sentimientos si eso te protege hasta de tu propia estupidez y terquedad. Es incondicional, una gran amiga, una gran mujer y un ser humano increíble.
Mi padre es protector, al menos conmigo. Se nota que disfruta pasar tiempo conmigo contándome sus miles de anécdotas. Historias de amores, juventud, aventuras, errores y sobre la educación. Ya que soy hijo de profesores, adoro la oportunidad de platicar del tema con ambos. Son una luz en mi vida. Mi padre es serio ante el mundo, pero es un gran bromista, su sentido del humor alegra cualquier tristeza. Su amor por los libros supera el mío, y eso ya es considerable.
Se me hace chistoso cómo mis alumnos me muestran más respeto y aprecio a mí, que en realidad soy un extraño que a sus mismos padres, aunque debo admitir que hay padres de familia que simplemente no se dejan querer, a veces se nota a leguas que sus mismos hijos ni les agradan. Es algo triste.
En fín, al final del día yo aprecio a mis padres, son mis personas favoritas. Hay que seguir aprovechando el placer que me da pasar tiempo con ellos mientras aún tengo la oportunidad de hacerlo.
Y ustedes, hermanos, hermanas, ¿qué opinan? Compartan… si se atreven.
Saludos afectuosos.
Mostro.