
claricelecter@hotmail.com
Las celebraciones con amigos y seres queridos son una forma fundamental de demostrarle el cariño a otras personas. Cuando uno cumple años, no hay sensación más linda que verte rodeado de las personas que son especiales para ti celebrando tu vida y compartiendo y creando nuevos recuerdos, ¿acaso hay algo mejor que la combinación de amigos, familia, comida y fiesta? Lo dudo bastante…
Personalmente, los protocolos de la normalidad por parte de la sociedad a veces me parecen complicados e incluso incómodos. Por ejemplo, cuando sacan el pastel y te están cantante las mañanitas, personalmente yo nunca sé qué hacer. No sé si deba cantar, aplaudir, sonreír como asno hasta que terminen de cantar (cosa que a veces no falta el chistoso que lo alarga demasiado), llorar o quedarme serio. Solo sé que me siento incómodo durante todo el ritual. Digo, no es que me queje ni nada por el estilo, solo que nunca he sabido cómo comportarme durante esos momentos. Ya de perdida cuando hunden tu cara en el pastel, de perdida es un momento divertido para todos.
Yo tengo una relación complicada con las fiestas de cumpleaños mías: las odio. Las encuentro raras e incómodas. Eso de ser el centro de atención por la fuerza no es lo mío. Me gusta llamar la atención, claro, pero bajo mis términos y no cuando se le impone a uno. Tan así es mi idea que tienen estrictamente prohibido velar mi cuerpo cuando me muera. Le dije a mi mamá que si algo me pasa, que me entierre en el patio y que mejor diga que me fui a estudiar al extranjero.
Hace unos días me decía mamá Vacci que le gustaría hacer una fiesta con todos mis amigos para conocer a todos y poder celebrar de forma apropiada. La última fiesta oficial que tuve fue a los diez años y aún guardo buenos recuerdos de mi última piñata y todos los detallitos como los juguetes que dieron tipo acertijos, eran cubitos de plástico con balines y agujeros que tenías que acomodar para ganar. Fue una maravilla. Tengo momentos muy hermosos en mi memoria, pero también hay historias de terror que no me permiten considerarlo seriamente hacer algo parecido a una fiesta. Honestamente me horroriza la idea.
Resulta que una vez en la preparatoria, hablé con todos mis amigos y los invité a ir a un lugar llamado los “Patines de Plata”, donde juntos pasaríamos las dos horas regulatorias dando vueltas en patines rentados para luego comer unas hamburguesas en mi honor. Varios me dijeron que sí. No aguantaba las ganas de verlos juntos porque era la primera vez que me animaba a hacer algo semejante. Llegando el día, esperando afuera del lugar, descubrí con el conforme los minutos se hacían horas que nadie iba a llegar. Ya cuando no me pude mentir más sobre el asunto, decidí irme todo cabizbajo, aceptando mi derrota. Y para cerrar con broche de oro, mientras me alejaba con mi dignidad, llegó una amiga con su novio preguntándome dónde estaban todos y tuve que patinar con ellos durante dos horas porque el lugar estaba vacío. Fue humillante para mi corazón de 16 años. Esa sensación de soledad y abandono la he sentido muchas veces, pero no recuerdo haberlo sentido tan profundo como ese día. Es por eso y muchas otras razones que a mis 39 años, no celebro mi cumpleaños…
Ahora de adulto comprendo que la gente no va a reuniones porque no puede, porque algo imprevisto pasó o simplemente porque no le da la gana, y son razones válidas. Sin embargo, al volverse realidad uno de mis temores más grandes, mi corazón joven e ingenuo quedó un poco dañado y al parecer, decidí no volver a arriesgar esa sensación una vez más. Tonto, quizá, pero es la verdad.
Y en realidad, no puedo hacer una gran fiesta con todos mis amigos porque casi no los tengo. Conozco a muchísima gente y tengo la fortuna de tenerles en mi vida, pero con eso de que tiendo a deshacerme de esos que solo traen problemas, chismes, dramas y escándalos a mi existencia, me he hecho muy selectivo de a quién dejo entrar a mi corazón. Mi alma recuerda todo, lo bueno y lo malo y los detalles pequeños como una muestra de cariño se amplifican enormemente. Por eso siempre he dicho que cuando no te busco, es porque ya me despedí de ti.
Aquí es donde normalmente me gusta meter una reflexión interesante de cómo hay qué soltar el pasado y que si no, no avanzamos hacia el futuro. Pero hoy quise contar ese pedacito de mi historia. En realidad no quería porque es un recuerdo triste, pero prefiero lanzarlo hacia el universo y que hagan con él lo que más les sirva. Es una verdad que vivo a diario y que trabajo constantemente en mejorar y enmendar para que mi alma no se sienta tan rota.
Y Vanessa E., la chica que sí fue a los patines conmigo, aún te traigo en el corazón…
Saludos afectuosos.
Mostro.