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La crueldad en todas sus formas me deprime. No importa cómo se presente, siempre trae en mí una sensación negativa, sea cual sea la razón por la que se presenta. Personalmente creo que es una de esas cosas que no tiene lugar alguno en el mundo. No le encuentro una razón justificada para ser. Solo trae esa negatividad que tanto trato de evitar, esa con la que lucho constantemente por erradicar, principalmente de mi corazón. Creo que trae un desbalance poderoso a las cosas buenas que hay en el universo y que siempre deja vestigios fuertes en lo que toca.
Lo más triste es que lo más común es que se ve de los más “fuertes” hacia lo que generalmente no se pueden defender. Los niños, las personas con algún padecimiento donde no pueden hablar y delatar al abusador, los animales. Todos esos seres que son vulnerables a veces sufren de cosas tan horribles que a veces me quitan el aliento. Como psicólogo he visto muchos de esos ejemplos en mi consultorio. No es bonito.
Lo que ha viajado últimamente por mi mente es la relación que tenemos con los animales. He tenido la suerte de poder observar de cerca cómo reaccionan estos seres pequeños ante las muestras de cariño o de crueldad y me impresiona la manera que entregan su confianza a unas personas para solo ser lastimados una y otra vez. A veces lo único que necesitan es un poco de afecto y con eso tienen para desbordar sus sentimientos.
Yo tengo dos gatas rescatadas en mi casa, mi pareja al parecer es amante de hueso colorado de los animales y si por él fuera, mi pequeño departamento sería el arca de Noé. La última que llegó es un caso de abandono que hace que mi corazón sienta un poco de tristeza de solo imaginar lo que pasó. Llegó gracias a uno de mis machos que la trajo a comer a mis costillas. Yo puedo ser frío de repente y no quería que entrara ese animal a comerse lo que le compraba a mis hijos, pero fue mi novio el que me convenció de dejarla entrar, estaba lloviendo y me convenció con el argumento de que tenía frío. La “changa” le decíamos. Al comienzo estaba toda desconfiada, pero conforme le hacíamos cariños y miraba que no la corríamos se fue aclimatando a nosotros y poco a poco se fue sintiendo más cómoda hasta el punto donde dormía en la silla de al lado. Hace poco logré que se subiera a la cama y descubrí que ronca tan fuerte que pensé que era mi chico. Y su ronroneo suena como una paloma “ruuuc, ruuuuuuc”. Es un amor. Noté que tiene dañada la cola y que cuanto queremos acariciarla, levanta las patitas y jala nuestra mano hacia su cara y se acaricia. Cuando estoy trabajando ahora ya no me la quito de encima o de la espalda. Siempre quiere estar con nosotros. Al parecer solo le faltaba un poco de amor y lo encontró aquí en mi casa. Ya no sufre frío, ni hambres, ni maltratos. Llegó a casa.
Me hace pensar en qué sufrió antes. No era una gata callejera, estaba nutrida, me da la impresión de que la vinieron a tirar y por las cicatrices y marcas de su cuerpo creo que la maltrataban bastante. Sus reacciones siempre me han dado esa impresión. La nombré Soni por una amiga que falleció el año pasado que le decíamos changa.
¿Qué historias me podría contar Soni de su vida pasada? ¿Qué historias me podrían contar los demás animales de la gente que los rodea? Golpes, agua fría, agua caliente, veneno, gritos. Toda una gama de maltratos y crueldades que me hacen creer que el pozo de la estupidez humana a veces no tiene fondo. El sentirse grande por ser malo con quienes no pueden hablar es una muestra vulgar de poder. Es el clásico grandote que golpea al más pequeño y siente placer, ¿qué es lo que ganamos con eso?
Confieso, yo llegué a ser cruel con los animales, alrededor de los siete años, era un niño tonto y confundido que necesitaba sentir un poder que se le había negado. No era algo consciente, pero el sentirme abusado por las personas que eran más fuertes que yo me hacía sentir impotente y la forma de recuperarlo era así. Mal orientado, definitivamente. El único consuelo es que ahora de adulto recuerdo bien esas acciones y me ayudan a evitar repetirlas. Hoy comprendo la gravedad de mis acciones y tomo responsabilidad por ellos y constantemente me recuerdo que debo ser buena persona y que debo aprender de mi pasado para mejorar mi futuro. Puedo hacerme el santo y guardarme esa parte de mi vida, pero si vamos a ser honestos hay que serlo, cueste lo que cueste, ¿no? ¿De qué sirve compartir si no comparto?
Entonces, ¿cuál es la relación que tenemos con los animales? Son nuestros adornos o nuestros compañeros de vida? Nos confían su vida, ¿pero en realidad lo merecemos? Yo he visto cómo los perros que reciben un poco de comida y afecto de alguien hasta los siguen para asegurarse que se suban a su transporte cuando salen de sus casas y los reciben cuando regresan, y pobre del que se atreva a acercarse con malas intenciones, porque son feroces para defenderlos. Los animales son muy agradecidos (cosa que estaría bien aprender nosotros), y son un ejemplo claro de la lealtad.
Cuando dicen que actuamos como animales, se me hace que está mal dicho. Los animales a veces son más civilizados que nosotros…
Y ustedes hermanos, hermanas, ¿cómo tratan a los animales? Compartan… si se atreven…
Saludos afectuosos de mi parte y de parte de mis gatas dormidas en mis piernas.
Mostro.