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El ser humano es complejo, vasto, creativo, irrepetible e indomable, tiene una imaginación sin límites que nos permite viajar por mundos y universos paralelos. Nos permite plasmar en un lienzo colores sin sentido y convertirlos en una danza visual increíble, llena de matices eróticos que juegan con nuestro sentido visual.
Otros tenemos el don de la palabra escrita, creamos mundos con las letras que de otra forma no sería posible existir. Contamos historias, mentiras grandes y pequeñas que hacen que la mente viaje y disfrute de experiencias ajenas.
Algunos incluso tienen las palabras como su habilidad, ¿qué tal los que saben cantar? Un escultor. En fin, las posibilidades son ilimitadas. Es lo que nos hace tan interesantes como especie: nuestra capacidad de soñar. La forma tan curiosa de buscar salir de nuestro mundo y visitar otros. Como individuos somos únicos e irrepetibles, de un gran valor. Nuestros seres queridos nos dicen lo importante que somos para ellos y la falta que haríamos si nos vamos.
Pero, ¿qué tanto valemos si nos comparamos con la gran vastedad del universo? ¿En realidad somos tan significativos en el gran esquema de la vida, o será que todo es un gran vacío y que nuestra existencia ni siquiera causa mella alguna dentro del panorama de la existencia?
En realidad todo depende de la regla con la que nos medimos. En un artículo pasado platicamos sobre cómo medimos a las personas, ya sea por sus valores o por sus posibilidades económicas. Cada uno de nosotros tiene un esquema con el que medimos la importancia de las personas. Lo interesante es cuando aplicamos ese mismo instrumento de medición hacia nosotros. Quizá salgamos grandes ganadores o tristes fracasados, eso depende del valor que nos damos como seres humanos. Si alguien es importante para mí por su gran poder económico y yo soy pobre, pues en mis propios ojos no soy gran cosa.
A través de los años, me he encontrado que mi instrumento de medición está un poco descalibrado. Me he visto con los ojos de otras personas y me he subestimado demasiadas veces para que no me parezca alarmante. Resulta que después de varios años de terapia y unos amigos increíbles, fui descubriendo que las personas que me quieren con todo y mis defectos y yo completamente obsesionado con ellos, no podía ver que dentro de todas esos feos y repugnantes características me encontraba yo: Mostro.
Lo que a veces me pregunto, estando solo en mi depa, considerando que nadie sabe dónde vivo y ustedes, mis lectores y hermanos no conocen mi identidad, es lo siguiente: si muero hoy, ¿habra tenido algún sentido mi vida, dejé alguna huella en el mundo que haga que mi tiempo aquí haya valido la pena? Me encantaría decir que sí, que si me voy el mundo dejaría de girar y que la gente hará ceremonias conmemorativas en mi honor, que nombrarán calles con mi pseudónimo y que en 50 años la gente dirá mi nombre y todos sabrán quién soy.
Pero no es así. Soy importante, sí. Para las personas que me aman claro que lo soy. Extrañarán las tonterías que digo y mi sentido del humor inapropiado. Mi creatividad para contestar un albur y algunos hasta extrañarán mis delirios escritos. Pero si me mido con la gran vastedad del universo en realidad no soy nada, ni el más mínimo grano de arena. Eso es algo que muchas personas pueden encontrar deprimente. Sin embargo, creo firmemente que si me mido con esa regla, voy a sentirme pequeño. Ahí es donde nos equivocamos muchos. Nos vemos como un pez pequeño e indefenso en una gran pecera, donde la soledad y la oscuridad reinan y los peligros asechan. En cambio, perdemos de vista que nosotros emitimos nuestra propia luz. No necesitamos ser un gran pez en espacio pequeño, de hecho, eso nos puede ahogar. En la gran pecera podemos crecer, movernos y ser libres. Quizá hay otros pececillos perdidos por ahí que quieran ser nuestros amigos. Juntos nos podemos hacer compañía.
Entonces, hermanos, hermanas, ¿qué esperamos para vernos en el espejo y amarnos? ¿Hay que morir para poder apreciarnos? Si esperamos a que el mundo nos valore, nos vamos a quedar esperando. Mejor seamos fuertes y emitamos nuestra luz sin miedo. Amemos sin pensar en lo que la gente crea o piense, y sobre todo, apoyémonos como hermanos y hermanas que somos.
¿Qué piensan ustedes, hermanos, hermanas? Compartan… si se atreven…
Saludos afectuosos.
Mostro.