¿Por qué destruimos?

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#MostroVacci


El otro día andaba caminando por mi colonia en mi patético intento de hacer ejercicio, (digo, considerando que en mis treinta y tantos años apenas es algo que empiezo a intentar, me veo chistoso pululando por mi colonia y tratando de no asfixiarme cuando subo la colina de la cuesta final), y noté algo interesante: por toda la calle había cubrebocas descartados tirados por todos lados. Siempre ha habido basura regada, porque al parecer la idea de tirar la basura en su lugar es algo imposible de considerar para algunas personas, pero ahora, los cubrebocas son dejados donde sea para que le hagan compañía al resto de las botellas de Coca Cola y pañales abandonados. No se vayan a sentir solitos…

No logro entender cuál es el propósito de hacer eso, al parecer es una moda más que no logro comprender. Hay tantas que ya ni sé por dónde empezar. Pero ahora que todos necesitamos traer cubrebocas ya se hizo común verlos regados por las calles, ¿será que en mi gran ignorancia, creer que tirarlos en un bote de basura es una práctica arcaica y estúpida que yo creo es es la correcta? Estoy empezando a creer que sí.

¿Cuál es su cura? ¿Qué logran causando destrucción? He escuchado que muchos dicen que solo es una basurita, que no sea ridículo. Pero somos como tres millones de personas en Tijuana y si todos pensáramos de la misma manera, serían tres piezas de basura en la calle cada vez que repetimos la acción. Por lo contrario, si cada uno de nosotros levanta una basura cada día, son tres millones de unidades de basura menos en la calle diario. Ya si no quieren recoger basura porque está por debajo de su nivel, pues ayudan mucho con no tirar más, ¿no creen?

Se me hacía interesante cómo reaccionaban mis alumnos en la preparatoria cuando me agachaba a levantar una bolsa de papas del suelo o una botella. Me preguntaban que si era mía, y cuando les contestaba que no, me decían que no debía recogerla porque no la tiré yo. Sus caras cuando les decía que nada me costaba ayudar un poco y que había qué contrarrestar a la gente marrana de alguna manera no tenía precio. Tengo la esperanza de que la persona que había tirado la bolsa me hubiera escuchado y se sintiera un poco culpable o insultado por mis palabras (hablando de ser irreverente, ¿no?).

Recuerdo que cuando era niño, las pocas veces que tuve el atrevimiento de tirar la basura en la calle, mamá Vacci siempre fue rápida para intervenir: me hacía levantarla y cargar con ella hasta encontrar un bote de basura para poder tirarlo. Después venía una plática de por qué no se tira la basura donde sea y una inminente amenaza de muerte si volvía a hacerlo. A la siguiente, si tenía algo qué tirar, se lo daba a mi mamá, ella lo echaba a su bolsa y cuando había oportunidad, se desechaba en el lugar apropiado. Así es como me enseñaron y como decidí seguir actuando en esos casos.

Incluso soy tan cuadrado en ese tema que cuando mis amigos o mi pareja han llegado a tirar su vaso al piso con el clásico “ups, se me cayó”, los he hecho regresarse y levantarlo, con su debida amenaza de muerte y la mirada de las mil muertes. A veces tardan un poco en entender el mensaje, pero al final de cuentas creo que les queda claro. Digo, si no ayudas, no estorbes.

Lo que siempre me he preguntado es qué sentirá la gente cuando hace cochinero, ¿qué querrán lograr con causar destrucción? ¿Será que su existencia es tan efímera que necesitan marcar su territorio con basura? O quizá es la forma en que dejan su huella en el mundo. Ya que no encuentran una forma positiva de hacerlo, deciden dejar un rastro de desperdicios que gritan su nombre y hacen constar que una vez existieron. Quizá sean teorías mías, pero en realidad me cuestiono la motivación de esas personas. Las pocas veces que lo he preguntado me dan la misma respuesta “tú no te preocupes por eso” o “no te metas en lo que no te imorta”. Pero sí me importa. Es mi ciudad la que están contaminando, es mi colonia la que destruyen con su basura, son mis ojos los que ven su rastro horrible de pañales y colchones. Es mi nariz la que huele sus montañas de legado y son mis pies que pisan el agua sucia que se desborda de las alcantarillas cuando se tapan de tanta basura.

La capacidad humana para causar destrucción se me hace interesante. Curiosamente, crear algo es difícil y requiere mucho trabajo y tiempo, pero deshacerlo es mucho más sencillo. Si uno planta un árbol, lo cuida y lo nutre, en unos diez años tendrá un gran ejemplar de la naturaleza. Si otro agarra un hacha y emplea unas horas, éste quedará reducido de un majestuoso árbol a unos cuantos pedazos de madera. Triste pero cierto. Y claro, no faltará quién me diga que la madera se puede usar para otras cosas, pero ese no es el punto. Si alguien cría un hijo y llega otro a matarlo, no podemos hacer muebles con su cuerpo, ¿verdad?

En fin, no quiero convertir a nadie a que sea ambientalista, ni nada parecido, pero tengamos un poco de amor por nuestra ciudad, gente. Es donde vivimos. A veces escucho quejas de que está bien fea, bien sucia o que está llena de grafitti y una larga lista de etcéteras, pero en muchas ocasiones son tus vasos vacíos los que están rodando por las banquetas y son tus hijos los que están rayando las paredes. Irónicamente, los que más se quejan tienden a ser los que menos hacen por mejorar la situación.

Seamos congruentes, darlings. Tenemos todas las herramientas para poder hacer que nuestra ciudad progrese, solo que no queremos utilizarlas. En ese caso es simplemente una cuestión de actitud.

Si no te molestas en levantar un papel del piso, no te quejes de que hay muchos…

Y ustedes hermanos, hermanas, ¿qué opinan? Compartan… si se atreven…

Saludos afectuosos.

Mostro.

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